Todo temitueste sabe que hay nombres que suenan a hazañas, a
superhéroes y cuentos de esos en los que uno quisiera haber estado para pelear
con magia o rayos láser, duendes o androides, perros y unicornios y/o vampiros
y zombies o todos juntos y a la vez. Nombres que llevan quienes empuñan
espadas, derrumban dragones y salvan ancianas y niños día a día. Pero también descubrieron
que hay nombres que no le quedan bien a nadie o, a lo sumo, a un grupito muy
específico de personas que, aunque no les favorece, les va.
No hay temitueste que dude en poner un “Doña” delante de un
Olga. Toda Olga es, en definitiva, Doña Olga.
Esto es tan obvio como tremendo, porque toda Doña Olga hace
tiempo, muchísimo tiempo atrás (como un millón de vueltas de reloj o cuatro
helados de esos que no se toman solos y se van derritiendo juntos con uno),
todo ese tiempo atrás, Doña Olga era chica. ¡NO! ¿Perdón? ¡Error,
¡eeeeerrooooooooor…! ¿Cómo que Doña Olga fue chica? ¿Cómo que no había moños
espantosos en su cabeza?, ¿ni vestidos tristes ni rezongos fáciles? Porque
nadie de chico puede ser así, ¿o acaso sí?, ¿acaso hay chicos que se arrugan
como enojos?, ¿existen entonces niños que en vez de alfajores prefieren caras largas,
que cambian las risas de las hamacas por lo aburrido de los sillones?, ¿los secretos
por los caprichos?, ¿las corridas por las rodillas sanas?, ¿los bailes por la
vergüenza? ¿Acaso hay niños así?
Pobres, ellos, y pobres las Olgas que no lograron hacerles cosquillas
a las Doñas.
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